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En el Norte, todo es diferente

Tengo un amigo (conocido desde ahora como «El-Viajero»), que descubrió las grandezas del norte de Europa cuando viajó a Malta.

Resulta que hubo un año que el Gobierno concedió becas para estudiar inglés en el verano, y por lo visto media España se fue a Malta. El-Viajero llegó a Malta, se hospedó en su youthhostel y comenzó a conocer gente. Al día siguiente comenzó a explorar la isla…y por la tarde, tras ducharse, se fue a la terraza de la azotea a descansar. Como si de una película se tratase, se giró y las puertas del ascensor se abrieron. De él salió una rubia alta de ojos azules, piel blanca con un vestido azul que se dirigía también a la terraza. El-Viajero, al ver a semejante pibón, miró a ambos lados de la terraza para adivinar con quién debía haber venido semejante pibita. Pero no había nada más que chinos y «gente rara». La rubia se dirigió directamente hacia El-Viajero (sin mirar a ningún lado más) y con un «hello», Miss-Noruega comenzó a hablar con mi amigo. El-Viajero no se lo podía creer tras conversar largo y tendido, le invitó a venir con sus amigos (y los de ella) para salir de fiesta, a lo que ella añadió: «Amigos no, pero, puede venir mi hermana?». Dios existe. Así que salimos de fiesta (Oh, cómo estaba también la hermanísima!). Miss-Noruega no paró de tirarle fichas a El-Viajero durante toda la noche, hasta tal punto que le preguntó si tenía novia, rollo, o si venía con la carta de libertad para vivir la vida loca en un país desconocido…

Decididamente, en el Norte TODO es diferente…

La jungla de cristal

DZ nos cuenta:

«Tengo un amigo que estuvo hace unos días en una boda. Tras la comida y el baile, entabló conversación con una chica que todos debían conocer menos él.

El caso es que acabó saliendo del recinto de la boda “discretamente” con ella, y se fueron a su casa. Una vez allí, y debido únicamente a los calores de esta época del año, empezaron a quitarse ropa hasta quedarse casi sin nada.

Cuál fue la sorpresa de mi amigo cuando descubrió que la chica escondía bajo su tanga un microcosmos, una selva tropical repleta de animales salvajes que campaban a sus anchas entre frondoso pelaje de sus partes inferiores. O al menos eso le debió parecer a mi amigo, porque de la impresión se quedó atónito: jamás había visto una cosa igual.

Pero no se arredró y valientemente intentó ejecutar el acto de apareamiento con ella, aunque no pudo llegar a consumar porque en su imaginación sentía que, entre espasmos pélvicos, estaba acabando con varias especies autóctonas, exclusivas del pequeño ecosistema de la chica. Eso, y la pasividad tipo “hazme tuya, que yo me quedo quieta” de ella.

Lo malo no es esta historia. Lo malo es que parece que triunfó, y ahora a mi amigo le mandan recaditos el resto de invitados de la boda del tipo “yo lo pasé bien, pero tú más, ¿eh pillín?”. Desde entonces, mi amigo está replanteándose ser más selectivo con sus parejas ocasionales, y sustituir los preservativos por cuchillas y espuma, por si acaso.»

La verdad tiene 2 vertientes

DZ nos cuenta:

«Tengo un amigo que hace un tiempo fue a una despedida de soltero de otro amigo. En la fiesta había mucha gente, y no conocía a ninguno, sólo al que se iba a casar. Una de las amigas del novio se fijo en él y se pasó toda la tarde arrimandose. Ya por la noche, las copas hicieron que él cediera y se enrollaran.

Acabaron en la casa de ella a las tantas, ambos con mucho sueño ya que el día había sido muy largo. Intentaron que pasara “algo” pero no hubo manera: el cansancio era superior a ellos, así que decidieron irse a dormir.

Al día siguiente, mi amigo se despertó antes que ella y pudo ver dónde se había metido. Ella estaba al lado, roncando como un leñador de Oklahoma, en el suelo había una capa de polvo de un dedo, varios condones usados debajo de la cama que vio cuando fue a coger los zapatos asqueado, y un gato negro que le miraba fijamente con aires de superioridad en lo alto de una estantería que había justo enfrente. Mi amigo jura que el gato parecía que le decía con mirada condescendiente: “eres un pringao”.

Cuando ella despertó, intentaron hacer “ello” pero no había manera (la resaca y eso), así que él hizo un amago de utilizar “otros medios”, pero cuando vio un hilillo blanco saliendo dedujo que no era una bolsa de té. Aguantando las ganas de vomitar, le dijo que se iba, y ella se cabreó bastante.

No obstante, le pidió el teléfono para verse en otro momento. Mi amigo llamó al número para ella tuviera el suyo y contestó un tío, a lo que ella le respondió que se habría equivocado al copiar. Ya cansado y asqueado, mi amigo se fue.

A los pocos días, el amigo de mi amigo (el de la despedida) le preguntó qué le había hecho a su amiga, que estaba cabreada. Parece ser que ella contó una versión muy distinta de la situación, en la que mi amigo daba patadas a su gato y rompía las tazas del desayuno.

Ya sabeis, la rePUTAción, no vaya a ser que se vaya a pensar que ella es una fresca.»

Nunca te ofrezcas voluntario

Estudié la carrera en La Almunia de Doña Godina, localidad por la que transitan muchos camioneros que paran para comer, descansar y «divertirse».

Un día íbamos a comer a un restaurante local cuando nos pasa al lado un camionero, baja la ventanilla y nos grita:

– ¡¡Chavaleeees!! ¿Sabéis donde están las putis?

Nos quedamos de piedra y alguien señaló vagamente hacia unas lejanas luces de neón. Pero lo mejor fue uno de nosotros que una vez que se había ido el salido camionero va y salta:

– Pues he estado apunto de decirle que me ofrecía de pareja

Nos miramos sin creerlo

– Porque ha dicho que donde se puede jugar al guiñote, ¿no?

Todavía me pregunto como pudo oirlo tan mal…

Moraleja: Jamás jamás jamás te ofrezcas voluntario, y menos si no has oido bien para qué.